En una ocasión, mientras esperaba a que abrieran un comercio, pude contemplar una escena cotidiana en cualquiera de nuestros parques. Una mujer de edad avanzada contemplaba a una pareja de adolescentes festejar su noviazgo. Tumbados en la hierba, ella exploraba el torso de él bajo la camiseta. Mientras tanto él le trabajaba con delicada parsimonia la zona del ombligo. Eran caricias inocentes, por el momento, pero todo apuntaba a que para ellos dos este suave día primaveral sería más tórrido.
La cara de la anciana, yo estaba en la otra punta del banco por lo que pude verla con todo detalle, no reflejaba un solo sentimiento sino una combinación de ellos. Sin duda, como les ocurre a los ancianos con más frecuencia, recordaba algo que le hacía evocar momentos pasados. Llegué a pensar que tenía algún vínculo con la pareja, pero ellos no parecían inmutarse por su presencia así que descarté la hipótesis.
La hora de apertura se hizo notar porque las persianas eléctricas chirriaron y como ciudadano del siglo XXI de un país cebado en el consumo atendí a su llamada. Compré algo que ya ni recuerdo. En cambio, lo que sigo recordando es aquella expresión de la abuela. La tengo clavada en la memoria. No es que sueñe con ella pero cada vez que veo un vejete que mira la nada recuerdo su expresión. Hasta aquí nada de particular; pero ¿y si por el azar un día pudiera llegar a conocer la vida de esa octogenaria?. Así ocurrió pues conversando con una persona, conocida de mi familia, de una edad parecida a la suya me relató con todo lujo de detalles un capítulo de su vida. Mis dotes interrogadoras y la extrema tendencia a ser cotilla de mi informante me llevó a enterarme de lo que a continuación relataré.
La anciana en cuestión había tenido un romance con un mozalbete tres cuartos de siglo atrás. Es evidente, a la luz de la información de mi chismosa contertulia, que la escena que presenciamos en el parque pudo haberla vivido ella misma pero claro está; no de una manera tan pública. De hecho fue descubierta por un hermano mayor y éste les propinó tal paliza, no sólo a su joven Don Juan sino también a ella, que quedó marcada física y emocionalmente. Yo no aprecié nada en su rostro aquel día pues el tiempo había sepultado los daños de su cara pero no así los de su dignidad, y este daño sí que pude percibirlo.
Durante muchos años, marcada por el deshonor, fue repudiada por los que le rodeaban y en especial por los posibles pretendientes a esposos. Recordemos que por aquel entonces la mujer en esta nuestra sacro-santa patria ( nótese mi más rabiosa e indignada ironía en esa asociación de términos) no era ni por asomo un ciudadano con igualdad de derechos. Al menos de puertas para afuera la ley , el estado y la religión , ahí no es nada, dictaba que este era un mundo de hombres. Sí, pudiera ser que muchos de esos hombres fueran muy influidos por mujeres en la sombra…pero lo que si es seguro que fue una época negra en los derechos de la mujer.¿ Habría muchas mujeres felices a pesar de todo? Seguro, pero puede ser debido a la ignorancia y el conformismo que sembraban los que manejaban el cotarro.
Nuestra anciana con el paso de los tiempos, gracias a la evolución social en este tema y su difusión en los medios, salió de su ignorancia y dejó de sentirse culpable y merecedora de aquel calvario de su juventud. Pero su conformismo ahora ha sido reemplazado por la resignación que su edad le impone. Querer recuperar el tiempo perdido genera cierta ansiedad, pero cuando las posibilidades de conseguirlo son casi nulas, provoca una sensación de impotencia brutal. Eso es lo que vi en su cara, la impotencia de resarcirse de una injusticia cuya víctima se creyó durante mucho tiempo coherentemente castigada.
Era una mujer noble. ¿Qué por qué? Su padre era conde. No, una broma tonta para quitar hierro al asunto. El tema no es para tomárselo a chunga, es más, me está costando contenerme. Noble porque cuando me levante de aquel banco en su cara había lágrimas. Mientras sonreía con la sonrisa de los derrotados, pude entender un farfullo que decía; aprovechar majos, aprovechar… Después levantó la vista y miró a la nada pues aquella imagen de amor le hacía sentirse tan tardíamente viva que la muerte debió ser eso…el no poder ya hacer nada al respecto.

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