Aparición de un conejo.
Andaba echando unas horas como portero eventual, cuando acaeció el siguiente suceso:
Paseando por el patio ajardinado de una comunidad de vecinos, 7 portales siendo 4 de ellos de 9 pisos y el resto de 5, en un barrio con población heterogénea de clase media. Vamos, que ni un suburbio ni un geto de gente con dinero, un lugar común y corriente. Con el paso y la postura de aquel que anda sin intención de llegar a ningún sitio topé con un conejo. No es que el lugar sea pródigo en fauna salvaje, con excepción de los mosquitos estivales, sino que por alguna causa alguien había arrojado allí un conejo listo para asar. Si, si…despellejado y abierto en canal. Como eran fechas de celebración, navidades, deduje que a algún vecino no le complacía el menú y optó por tirarlo por la ventana.
Espero que no siga con estas soluciones tan defenestrativas pues si me sorprendió el conejo no quiero ni pensar lo que sería encontrarse una suegra o un sobrino impertinente despanzurrado en el suelo. Los sentimientos navideños no son siempre como nos los pintan los de turrones El Almendro (vuelve , a casa vuelve para plaitear). Ojo, localismo al canto; plaitear significa discutir.
Procedí al levantamiento del cadáver, pues no hacía falta autopsia, y a depositarlo fuera de la zona de esparcimiento (de los vecinos se entiende). En ello estaba cuando fui sorprendido por una madre y su hija, vecinas del inmueble.
-¡Qué asco!¿qué es eso?.- preguntó la niña repollo.
-Un conejo.- respondí.
La madre me miraba con una mezcla de curiosidad y reparo. Seguí andando y no di más explicación.
Dejé el cuerpo al otro lado de la acera, sobre un pequeño muro que me separaba un río. Pensé que al menos los gatos cenarían opíparamente.
De vuelta a la garita del portero, desde donde podía contemplar el cuerpo del conejo, me puse en actitud de estanbai (stand by o como se escriba para los técnicos). Ese es uno de los trucos de mi oficio, el estar pero sin ser. Así pasé unos 15 minutos. Pero, algo me sacó de mi profesional letargo. De repente el conejo se movía. Lo que me faltaba, zombies a estas alturas. Como si no hubiese bastante con los yonkis del río. Me levanté raudo y veloz para ver algo que lo explicase. Cuando llegué y me asomé al muro, pues el conejo ya no estaba sobre éste, lo que ví me dejó…no se describirlo. Yo esperaba gatos, a lo sumo un perro o como mucho ratas. Pero no, era peor. Se trataba de un ser humano, pequeño y andrajoso pero un ser humano.. Sonriente andaba por la ribera del río con su trofeo. Retrocedí dos pasos para que no me viera pues el muro no tendría más de metro y medio de altura. Al cabo de 200 metros se detuvo junto a un carro de supermercado donde llevaba sus pertenencias.
Como no puedo dejar la urbanización, pues somos como los perros encadenados, volví a la garita.
Al cabo de un rato ví una pequeña columna de humo en el río. Me asomé al muro y creo que lo que allí había eran los preparativos para una buena cena a base de conejo. Ahora eran dos las personas alrededor de la hoguera. Me sentí feliz y a la vez culpable; culpable por ser un bien cebado mientras hay gente que come en esas condiciones.
La felicidad no duró mucho rato pues algún vecino había avisado a la policía al ver humo en el río. Por suerte, los policías sólo estuvieron un rato conversando y se marcharon. Eso sí se aseguraron de que la hoguera estuviese controlada. Ya no salía humo, pero parece que no frustraron el banquete.
Me gustaría a mi saber que pensaría el vecino que avisó a la policía de aquel que arrojó el conejo a las zonas comunes de la urbanización. ¿qué es lo peligroso, una minúscula hoguera junto al lecho árido de un río o un estúpido que tira la comida (que ya es bastante feo el gesto en si) donde le viene en gana?
Una de las cosas duras de mi trabajo es que , aunque no quieras, observas a la gente con actitudes tan deplorables. Por eso, prefiero ser portero en lugares donde no se esté de cara al público aunque sea más peligroso y aburrido.
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