Sales del bar con el propósito de ir a casa andando. Nunca está de más algo de aire puro después de una sesión de humo de segunda mano. Además ayuda a despejarse de la leve embriaguez , que aunque ocasional no nos coge de sorpresa. Le has dado al frasco comedidamente pero con ahínco y … tratándose de cerveza, pronto te empiezas a mear.
El caso es que no es lo suficientemente tarde, pues hay muchos y variados peatones aún, como para desahogarte en el lugar más escondido que encuentres. Con las ganas de miccionar (vaya palabro, no sé tan siquiera si está bien escrito) en crescendo decides avivar el ritmo. Estoy a cinco minutos poco más o menos. Se hacen eternos. Te metes la mano en el bolsillo del pantalón e intentas con disimulo clampar la tita ( o sea pellizcarse el pene por la punta) mientras caminas un poco más despacio.
Hago notar que al no ser de sexo femenino ni conocer técnicas con el mismo fin, me ciño sólo a los que meamos de pie. La verdad tengo cierta curiosidad. Que alguna se anime y me lo cuente… que solamente hablamos de mear, no seamos pudorosillas.
De repente te das cuenta de lo inevitable; la ley del grillo. Postula lo siguiente: la ley del grillo dice que las primeras gotas, al calzoncillo. Axioma de los momentos difíciles en lo que al pis se refiere.
-Joder, si es que estoy ya viendo el portal.; te lamentas y piensas que duro debe ser eso de la vejez y tener esa sensación de incontinencia a todas horas. Mearse en la alpargata (zapatillas de estar por casa para entendernos) como octogenario prostático. Intentas pensar en cosas sexys con la intención de aumentar la presión en el cavernoso del mecanismo amatorio; sin eufemismos castizos ,una erección controlada. No es posible, no puedes pensar en nada que no sea una pared solitaria o en tu ya cercano inodoro.
-No, coño no; no está el ascensor. Como si no hubiera sido suficiente el que se te hayan caído las llaves al suelo cuando has abierto el portal. Y eso que las llevas preparadas desde hace dos minutos. Nos montamos en el ascensor y se produce el terrible efecto homónimo del artilugio donde viajamos en esos momentos. Si, el efecto ascensor, ese que por efecto del desplazamiento vertical la orina tiende a quedarse abajo y salir por la parte más baja del aparato urinario. Terrible, aunque eso sí, el calzoncillo no se reengancha mañana pues está más húmedo que la nariz de un perro en una charcutería.
Frente a la puerta de casa, ya te desmoronas y sonríes feliz. ¡Ah!, iluso pues la ley de Murphy se vale de la visita de tus suegros. Tu suegro sonriente de franquea el paso al baño con efusivos y largos saludos. Tú aunque quieres ocultar tu desazón se te nota y te devuelve una mirada que te acusa de poco hospitalario. Pero, todo te da igual pues ya estás con el pomo de la puerta del escusado en la mano. ¡Que inocente! Una voz, que identificas como la de la esposa del calmado saludador de hace unos segundos, sale de dentro del baño para informarte que está ocupado. Vencido ante la evidencia de que tu suegra lleva una ropa interior tan costosa de ajustar como un traje de submarinismo, tu vejiga empieza a liberar sin ambages el dorado fluido que se escurre como una cálida culebrilla por la pernera del pantalón. Sin darte cuenta dejas caer la cabeza contra la puerta y tu suegra , que reacciona muy mal a toda aquella presión que no sea ejercida por ella misma, te exhorta:
-Ya voy hombre, ya voy… ,mientras oyes el poderoso elástico de la faja chocar contra su engrosada cintura.
Suena la cisterna y se habré la puerta. Intercambio de miradas, tú con cara de cristo en la pasión y ella con semblante de centurión. Por fin entras al baño y las últimas gotas si llegan al inodoro. Derrotado decides darte una ducha y salir en albornoz a dar explicaciones de tu huraño comportamiento:
-Si es que no llegaba… intentas con tono gracioso excusarte.
-Claro, claro… la cerveza es lo que tiene sonríe tu suegro.
-Si tuvieseis un piso con dos baños…sentencia tu suegra. Claro, piensas tú , ¿ y si tu llevases un tanga en vez de esa faja aeroespacial…?. La visión de tu suegra en tanga te hace resignarte ante tu miseria de meón y reírte mientras repites en tu interior ¡que no llego!...

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